Recuerdos Inolvidables

Entre el silencio y la oscuridad proporcionada por decenas de centenarios robles, se quedó inmóvil, como él la había enseñado. Permaneció firme durante unos segundos, aunque aseguraría que se paró el tiempo, hasta que aquel ave misteriosa, que nunca había visto, se levantó de la nada y un sonido seco envolvió todo los rincones de aquel bosque encantado.

Acabó su segunda temporada para ella, una temporada eléctrica, trepidante y llena de sentimientos opuestos, los cuales, debido a su corta edad, no es capaz de asimilar.

Por un lado, sabe que se ha consagrado como una gran perra de muestra; lo mismo le da la astuta liebre aplastada en el barbecho, que guiar a su agradecido dueño hacia el bando de patirrojas que lanzarse a finales de diciembre al pantano, sin temor al intenso frío, cobrar los dos ánades del doblete, y traérselos a su compañero sin pedir nada a cambio.

Por otro lado, sabe que ya nada será igual porque en casa ya no hay la misma seguridad, porque sabe que ya no tendrá en quién fijarse, ni con quién corretear por el jardín… sabe que su maestro, ya nunca más volverá a acompañarla.

Y es que ese perro era mucho perro, y para ti como para mi, que tuvimos la suerte de compartir muchos momentos con él, seguirá siendo hasta el fin de nuestros días un perro muy, muy especial.

Solo tú y yo sabemos lo que era capaz de hacer en el campo y eso nos quedará para siempre, sin la necesidad de pregonar sus hazañas, apoyados en cualquier barra del bar.

Este “chucho”, que nos ha marcado tanto, llegó a mis manos gratis,-cuando tu todavía no estabas ni pensada-. A pesar de su afamado pedigree, ya que según su dueño, machacaba la caza…

Yo por aquel entonces tenía 14 años y mi único sueño alcanzable era tener un braco alemán.

Una mañana de junio el sueño se hizo realidad, un tesoro por descubrir había llegado a casa.

Todo el verano estuve con él entrenando en la finca de mis abuelos. Solo tenía tiempo para él.

Ahora que no se si nos oye, pero que nunca podrá llegar a recriminármelo, te confieso que era una bestia indomable, desde pequeñín, pero con paciencia, mucha dedicación y empeño, fuí conociéndole poco a poco y él me empezó a respetar. Siempre con actos nunca con palos,- eso bien lo sabes tu -, hasta que íbamos consiguiendo mejorar, sin prisas pero sin pausa.

Todavía recuerdo el primer día de media veda, tanto para él como para mí…

Salimos sin saber muy bien que hacer – ya sabes que en la familia lo de caza no es una tradición demasiado arraigada – no habíamos visto absolutamente nada, cuando en una vega, ya con un sol del carajo, vi a un zorro, le disparé, no le di, pero al segundo intento le partí dos patas…- tú que lo conoces tan bien como yo, te imaginas lo que hizo, no? – el pequeño “torito”, salió como una bala y al llegar a la raposa se agarró a él, y no lo soltó hasta que llegué a ellos y rematé al zorro… y con solo cuatro meses.

Al día siguiente, recuerdo que hizo su primera parada, a dos codornices. Yo eso solo lo había visto en las películas y al ver a “mi” perro a escasos diez metros de mi, más tieso que una vela, me temblaron partes de mi cuerpo que no sabía ni que existían…después de la tiritona, mas propia de las mortales fiebres amarillas, salieron dos codornices, apunté a una como pude y para mi sorpresa se desplomó al suelo… el otro tiro se me olvidó por completo, había conseguido derribar una codorniz, con el perro parado, no me lo creía.

Cuando volvió, me la encontró, y ahí me di cuenta el por qué me lo dieron… si no lo paro se la traga sin inmutarse, pero no estaba para disgustarme, había cazado mi primera codorniz como mandan los cánones.

A partir de ese día el perro se volvió loco de pasión, podía cazar a más de doscientos metros de mi, y siendo solo un cachorro, pero poco a poco y con mucho esfuerzo, dejando de lado otros vicios más propios de un adolescente, fuí convenciéndole que más cerca de mi, mordería más caza… y así, en la tercera temporada, tras dos años de lucha titánica con él, empecé a disfrutar como un enano en cada salida al campo junto a aquella mala “bestia”. Se había convertido en algo fuera de lo común, todo el trabajo realizado, estaba pagado con creces tan sólo con verle cazar unas horas… una búsqueda amplia, limpia, laceando de izquierda a derecha, siempre a la mano, una muestra firme que jamás rompía, un cobro perfecto, trayendo la caza intacta – si te digo la verdad, nunca pensé que pudiera llegar a este nivel -pero el milagro sucedió.

Yo no se que es un perro diez, pero estoy seguro que Bull estaba muy cerca.

Durante el tiempo que compartí con él, tengo muchas anécdotas grabadas, todas ellas imborrables, pero como se que te gustan mucho estas historietas, te contaré algunas de las más inusuales.

Recuerdo con seis meses, sin nunca verlos, sacó un pedazo de marrano de miedo y ni corto ni perezoso lo siguió como el mejor de los podencos punteros, durante más de un kilómetro. También se me viene a a cabeza un verano, cuando tenía año y medio que cogió dos zorros a la carrera, menudo portento físico era… Otro día yendo a perdices, se quedó clavado en un zarzal y al instante salió el macareno más famoso del pueblo… se subió casi al lomo de él… iba tan pegado que no pudimos ni disparar… y bueno con piezas de menor, tengo tantas, que se haría esto interminable, así que si no te importa, me gustaría quedármelas para mi…

Claro, y todo esto a pesar de mi nefasto disparo. Cuantas perdices liebres o codornices le dejaría escapar con él parado… No te digo que ahora sea un gran tirador – bien lo sabes tú – , pero hace no mucho tiempo, era infinitamente peor. Te lo aseguro.

El cuarto año comencé a tirar algo mejor, y el perro empezó a morder caza, y aquello tomo tintes elitistas, no se, como Paco de Lucia con las cuerdas o Miguel Delibes con una pluma y un papel, y no te digo que tú no lo hagas bien, pero sabes de lo que hablo, lo que podía disfrutar con sólo ir paseando con mi amigo, en absoluto silencio, como dos más en la naturaleza, sólo con miradas o gestos nos decíamos todo, e intentábamos engañar a alguna perdiz de esas que te llenan de verdad.

Ahora mismo se me escapa una sonrisa de satisfacción y de orgullo al pensar lo que hemos disfrutado, también de las que me has armado, y de lo mucho que nos queríamos.

A la vez me vienen lágrimas, que me las trago, al darme cuenta de lo injusta que puede ser la naturaleza, o la vida, o lo que sea…

En lo mejor de tu vida, un diminuto mosquito nos separó para siempre, tu discípula y yo… que siempre pensamos que la sentencia te la daría un gran navajero, fué ese insignificante artrópodo quien te sentenció…no fué justo que nos separaran así.

Te acuerdas? Casi un año luchando, cómo ya es habitual en ti, para no dejar de salir al campo, y pruebas y vacunas y todo para nada…llegó un momento que no te podías ni mover, llorabas por el dolor que te derrumbaba por dentro, pero cuando realmente morías por dentro, era cuando los últimos días, salíamos al campo tu pupila y yo… Nos estremecías con esa rabia incontrolable al querer salir al campo, donde tú te sentías lo que eras, cazador, pero tu tambaleante cuerpo, te lo impedía.

Un treinta de diciembre tomé la decisión que más me ha costado en mi corta vida. Matarte, porque realmente eso fué lo que hice, al permitir que ese líquido te paralizara para siempre, pero sabía que un pura sangre como tu prefiere morir, a vivir sin campo, sin caza, sin perras… sin pegarse conmigo.

Y ahora, te confieso que todavía hecho unas lagrimitas, pero a escondidas, que los hombres no lloran, cuando me acuerdo de alguna de las jugadas que me liaste, o veo a la perra hacer algún “truco” de los tuyos, y se me viene a la cabeza todo el tiempo que compartimos… has visto en que mariconazo me he convertido?, lo que no ha conseguido la más vampiro de las dráculas, lo has conseguido tú. Estarás contento cabrón!

Solo decirte lo que creo que sabías… que siempre serás mi primer perro, mi perro, mi mejor perro, tú siempre serás el gran “Bull”.

(**A todos los que aman a los perros e intentan sacar el máximo de cada uno de ellos, al cazador de guerra galana, a los que respetan y aman las piezas cinegéticas, y a los malos escopeteros pero grandes cazadores).

El gran Bull, posiblemente el principal culpable de mi amor por esta raza.